Los recuerdos son fotos que toma el corazón de momentos inolvidables.
Caía la tarde de aquel caluroso mes de Septiembre que cogidos de la mano caminábamos por las bulliciosas calles de Fuengirola buscando el frescor del mar; nuestros pasos nos llevaban desde la Plaza de la Constitución hasta la playa, como siempre mi curiosidad me hacía parar en cada escaparate de las tiendas observando con detalle sus productos. ¡ Me encanta, me encanta, me encanta.. ! comentaba con ironía señalando una y otra vez cualquier detalle que me llamaba la atención, a conciencia de que provocaba así su risa.
Hace tantos, tantos años de ése día que mi recuerdo una vez más está nítido como si de una fotografía grabada en mi memoria se tratara. Miré hacia atrás y me fijé en una antigua casa de dos pisos que guardaba la esencia de las edificaciones andaluzas, marineras de principios del siglo pasado. Desde la misma puerta, una hermosa bouganvilla cubría su fachada desplegando sobre su blanca fachada una espectacular y vibrante floración color magenta. En la puerta un pequeño cartel indicaba “Casa Roberto”.
No dudé en pedirle a mi marido descubrir ése restaurante ¿Entramos y cenamos? Y así hicimos aunque no teníamos reserva y estaba casi al completo. Al entrar observamos que era muy peculiar, a la vez que acogedor y nos acomodaron en una pequeña y coqueta mesa casi en la misma entrada, justo a la derecha ¿cómo olvidarlo?.
Nos invadió un toque de romanticismo, las tenues luces que iluminaban cálidamente el local junto con el tintineo del dorado de la llama de un pequeño quinqué, colocado en la mesa cubierta de un blanco e impoluto mantel, que se reflejaba en nuestros rostros. De fondo se escuchaba una suave música que sobresalía sobre las voces quedas, suaves, leves murmullos del resto de los comensales. Todo era especial, incluso el personal de sala, nos atendieron dos camareras nórdicas, altas, rubias que no hablaban español; con el paso del tiempo conocimos también a María y sobre todo a Carolina que iban y venían atendiendo con una profesionalidad propia de un establecimiento de alta gastronomía.
Y pendiente de cada detalle su dueño, Robert Lantsoght quien recaló en la Costa del Sol a mediados de los años 60 enamorándose de Málaga emprendió una gran aventura en la que fundió su afición por el golf y la restauración. Abrió su restaurante, al que le puso el nombre con el que cariñosa y familiarmente comenzaron a llamarle “Roberto”; así nació en 1968 “Casa Roberto”.
Él fue impregnando cada pared, año tras año, con fotos familiares, suyas de su preciosa mujer, de su hijo. Con muchos recuerdos de sus viajes, regalos de clientes y amigos, con cientos de botellas de buenos vinos distribuidas por todo el local, recopilando una gran bodega, animando a los miles y miles de clientes, unos anónimos otros famosos a dejar su firma, su dedicatoria personal por todas las paredes, lámparas e incluso en los originales zuecos de madera donde dejan la cuenta al finalizar. Atesorando así un legado de detalles curiosos que hacen peculiar y único éste restaurante malagueño.
Nosotros, mi marido y yo, también todos nuestros hijos a través de los años fuimos dejando nuestros comentarios, nuestros deseos, firma y fecha por todos los rincones
Y es en Casa Roberto donde ocurre algo insólito, llama la atención ése cielo de palos de golf que cuelgan y conforman los comedores de las dos plantas de “Casa Roberto”. Como apasionado de éste deporte fue reuniendo una increíble colección de más de 5.000 palos de golf con la que en 1992 batió un record Guinness consiguiendo que los aficionados al golf, en su restaurante, se sientan en el paraíso.
Volvimos durante años una y mil veces, con los amigos, agasajando incluso a nuestros clientes, pero sobre todo con nuestros hijos. De allí en mi cocina real quedaron para siempre su mantequilla de ajo, sus peculiares langostinos al pil-pil, el increíble “paté” casero, sus solomillos a la brasa acompañados por las perfectas y deliciosas salsas a la pimienta, a la bearnesa y de champiñones, sus brochetas y ésa especialidad de la cocina belga (no he contado que Roberto era de Bélgica), la cazuela de mejillones.
Y por cierto, mención especial, muy especial la crepe suzette que flambean en la mesa con gran maestría.
Sí, lo reconozco, nos cautivaron a mi marido y a mí no sólo por el ambiente que nos hacía soñar que entrando por sus puertas nos encontrábamos en cualquier restaurante europeo, de los que habíamos visitado en nuestros viajes, sino también por su gastronomía. Allí nos encontrábamos como en casa, las cenas familiares fueron intensas y recuerdo con cariño el final de nuestras cenas cuando Roberto dejaba pasar a una “Tuna” a quienes integrantes llegamos a conocer e incluso pedir que cantaran a mi hija en una ocasión su “cumpleaños feliz”.
No puedo, no quiero olvidarme de “Paquito” todo un personaje que aún, a pesar de los años, pueden llegar a saludar.
Durante más de 50 años, éste peculiar restaurante llamado “Casa Roberto” sigue siendo una auténtica leyenda que conserva la esencia, la calidad, el estilo, la profesionalidad y la alta gastronomía gracias a Robert Lantsonght Jr quien hace unos pocos años recogió el testigo de su padre, del mítico belga, malagueño de adopción y de corazón que hizo de su restaurante un templo del Golf donde disfrutar de la buena mesa, sintiéndonos como años ha en nuestra casa, en unos de nuestros restaurantes favoritos.
Sólo ha cambiado el color de la fachada, pero su legado perdura en el tiempo y seguiremos firmando, dedicando nuestras palabras, dejando constancia de nuestras visitas por sus paredes y en mi memoria .
Fue allí donde cenamos con nuestros grandes y admirados amigos, el chef Pepo Frade y Maria (jefa de sala) “alma mater” del restaurante malagueño AIRE GASTROBAR. Celebrando la amistad, la vida, la Navidad..
Uno de los platos degustados fue la clásica CAZUELA DE MEJILLONES A LA BELGA, que yo personalmente denomino AL ESTILO DE CASA ROBERTO y que hoy, les cuento
¿CÓMO LA HICE?
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
1 kilo de mejillones, 1 trozo de puerro (la parte blanca, 1 trozo pequeño de cebolla blanca dulce (tipo cebolleta), 3 trozos de apio (la parte central), 1 vaso pequeño de vino blanco (fino amontillado), 40 grms. de mantequilla, un vaso pequeño de nata (crema de leche) especial para cocinar, 6 granos de pimienta negra, perejil fresco y sal.
LOS PASOS A SEGUIR:
Limpiar bien los mejillones, cortando las barbas con unas tijeras (sin tirar de ellas, ya que mataría al mejillón), raspar bien toda la superficie de las conchas. (Suelo raspar con un cuchillo, posteriormente pasar un estropajo específico para éste menester) y enjuagarlos tantas veces sea necesario hasta que el agua donde se laven salga limpia de impurezas.
Lavar el apio, pelar la cebolla y el puerro. Picar en trozos pequeños.
En una cacerola echar la mantequilla y una vez derretida añadir el puerro y la cebolla pochándolos a fuego lento durante tres o cuatro minutos, procurando que no se lleguen a dorar. Incorporar los trozos de apio y los granos de pimienta negra, remover bien.
Añadir el vino blanco llevando a ebullición durante medio minuto, incorporar la nata (crema de leche) y dejar hervir un minuto.
Introducir en la cacerola los mejillones y salar al gusto.
Esperar que los mejillones se abran, un minuto o dos, removiendo de vez en cuando.
Cuando los mejillones están abiertos retirar del fuego
Servir en plato hondo con abundante salsa. Añadir hojas frescas de perejil.
¡O servir en la misma cacerola donde se hayan preparado!
Disfruten de la buena mesa, de la cocina, de la familia, de la amistad.
RESTAURANTE "CASA ROBERTO"
Calle España nº 10
Fuengirola (Málaga)
Tfno.952 465809