Las obras me persiguen. Y no las de arte, que de eso no me iba a quejar.
He empezado a sospechar que me han echado una maldición gitana para que mi vida se llene para siempre de polvo y ruido.
Este último año me he visto abocada a sufrir una tras otra y sin descanso obras y reformas de todo tipo de las que rara vez he salido beneficiada, por no decir abiertamente que: Ninguna ha influido positivamente en mi calidad de vida.
Me mudé de casa en marzo, dejando tras de mi un baño con humedades que hubo que tirar y volver a alicatar, y que me costó un riñón que tuve que apoquinar porque sí, la casa para toda mi desgracia, es mía [pero si alguien se deja se la vendo]. No lo disfruté.
Llegué a mi flamante nueva casa que ocupo en alquiler [yo ya no compro ni loca que con una hipoteca voy servida por la vida] y a las pocas semanas de instalarme, el vecino de la izquierda decidió que había llegado el momento de hacer una reforma integral de su casa. 60 años sin picar una baldosa, y el buen hombre se nos pone a reformar la casa entera de arriba abajo, tirando tabiques y cambiando fontanería y electricidad. Una cosa necesaria, y muy molesta. Que tampoco disfruté.
Andaba yo controlando a duras penas mis fantasías recurrentes de lanzar obreros por la ventana [los viernes después de comer, único día que solía tener el privilegio de dormir algo parecido a una siesta arrullada por los taladros y radiales] cuando tras dos meses de ruido y un polvo horrible y tenaz que casi acaba con la vida de todas las plantas que tenemos en el pasillo junto a la puerta, todo acabó.
Silencio.
Limpieza.
Om.
No me dio tiempo a estirar la alfombra de yoga [no lo practico pero parecía el momento] cuando veo que los obreros se han ido… A la puerta de enfrente. A comenzar otra obra. Es más, otra reforma integral. Estupendo, comienza la batalla, ahora a mi derecha [es un pasillo de corrala en forma de U y yo estoy en el vértice].
Cuando aún no había disfrutado de una miserable siesta, cuando aún no había visto nuestras plantas verdes sin cubrir por el polvo blanco de yeso, respirando al fin las pobres, todo comenzó de nuevo. Como en el día de la marmota.
Como las obras además no vienen solas, el edificio entero sufrió varios cortes de agua porque la comunidad decidió cambiar las canalizaciones para hacer mi vida un poco más difícil.
Claro, esta obra también terminó. Y otra vez pude descansar feliz durante… una semana y media.
Tiempo que tardamos en llegar a un acuerdo con la casera para que hiciera una pequeña reforma en el estudio y el dormitorio de nuestra casa. No es una reforma en sentido estricto, sino un apaño de la reforma que hizo antes de poner la casa en alquiler y que fue una auténtica chapuza que acabó con dos paredes llenas de humedades, condensación y hongos.
Nada grave, se limpia, se colocan unas planchas de pladur, y a correr. Y a limpiar. Mucho. Lavar cortinas, repasar altos de armarios y sacar el polvo de las lámparas. No quiero pensar en las estanterías del estudio donde se apilan varios miles de libros porque me da angustia y empiezo a hiperventilar.
Todo esto acompañado de que la comunidad de vecinos ha decidido que es el momento de cambiar la electricidad del edificio. Yuhuuu.
Sé que acabará. Claro que acabará. Pero es que otro vecino de la planta [somos 7] ha puesto a la venta el piso de la abuelita, que está igual que los otros dos, tal cual lo compró la señora allá por 1950. Y si alguien lo compra voy a poner dos matones en la puerta y les van a explicar a los obreros en qué consiste una obra sin ruido, y sin polvo.
Voy a comer algo reconfortante, me va haciendo falta.
INGREDIENTES
[4 PERSONAS]
Judías de soja verde, 240 gr [peso en seco]
Alga kombu, un trozo [opcional]
Cebolla, una grande [200 gr]
Tomates, dos medianos [250 gr]
Aceite, 2 cucharadas [30 ml]
Comino en grano, 1 cucharadita [1,5 gr]
Jengibre fresco, un trozo de 2 cm
Guindilla o chile* al gusto
Sal
Pimienta negra
Perejil o cilantro frescos, al gusto
Mezcla de especias en polvo o trituradas en el mortero:
Cúrcuma, 1-2 cucharaditas [2 gr]
Cayena*, 1-2 unidades [0,10 gr]
Semillas de cilantro, media cucharadita [0,50 gr]
Comino en polvo, media cucharadita [1 gr]
*El picante lo regulamos a nuestro gusto, la guindilla es opcional, igual que la cayena
MODUS OPERANDI
La soja es una legumbre. Debe dejarse en remojo un mínimo de 6 horas. Si tienes alga kombu, pon un trozo en el agua del remojo. Ayudará a eliminar los gases que produce, que son muy molestos.
Antes de empezar, tendremos preparado:
…La soja, ya remojada
…La mezcla de especias, en un cuenco o platito
…La cebolla, limpia y picada pequeñita
[La mezcla de especias se puede ajustar a nuestro gusto, he indicado lo que he puesto de cada una, porque esta receta basa su fuerza en las especias, y no quería dar indicaciones del tipo una cucharadita, una pizca… porque, si no controlas el uso de las especias, pesarlas puede ser buena idea.]
En una olla, calentamos aceite a fuego medio. Añadimos las semillas de comino enteras, y las dejamos que se tuesten durante uno o dos minutos.
Pasado este tiempo, añadimos la mezcla de especias, le damos vuelta sin parar durante 15 segundos, y añadimos la cebolla. Rallamos e incorporamos el jengibre fresco, y las guindillas o chiles si decidimos usarlos. Dejamos que se cocine a fuego medio hasta que la cebolla esté blandita.
Cuando la cebolla empiece a estar dorada, añadimos a la olla la soja escurrida [y el alga kombu si la has usado] y agua hasta cubrir. Subimos el fuego, y cuando haya dado el primer hervor, lo bajamos de nuevo y lo tapamos. Se deja así 20 minutos, a fuego medio-bajo.
Pasado este tiempo, incorporamos los tomates cortados en daditos, salpimentamos y lo dejamos cocer destapado, con el fuego medio-bajo, otros 15-20 minutos, hasta que haya reducido el líquido. Si vemos que se queda corto de líquido antes de tiempo, añadimos un poco de agua.
Lo servimos espolvoreado con un poco de perejil o cilantro frescos.
Lo podemos acompañar con pan naan.
Fuente: Lisa’s Kitchen