Sabía que cuando llegara al hospital, también tendría que quitárselo
Aquel amuleto, una cadena fina de plata con una amatista, había llegado a su vida hacía cinco años, cuando su esperanza de vida era mínima
Cuando su doctora le explicó que tenía un cáncer avanzado de mama y que debían operar de inmediato, se le amontonó su vida dentro de su cabeza
Su marido, sus hijos, sus padres. Todas las personas que conformaban su vida, todas las cosas que había conseguido con su trabajo y esfuerzo. Todos los momentos felices vividos. Viajes. Celebraciones. Risas. Recuerdos y más recuerdos
Solo quería que la operarán, luchar y salir adelante
Pero ella no tenía las decisiones en sus manos
Después de la primera operación llegó el tratamiento de quimioterapia. Después de eso, el cáncer se extendió y ella siguió luchando
Todo fue muy duro, pero lo más europea ver la cara de las personas que la visitaban. Ella no lloraba. Ellos si
Le agotaba más aquellas muestras de fatalidad que las operaciones y tratamientos
La enfermedad no remitía y las expectativas no eran buenas
Un día, en la sala de quimio, una compañera de fatigas le hizo un regalo. La amatista. El amuleto, lo llamaba ella
Estaba casi derrotada por la enfermedad y nunca le había dado por rezar o encomendarse a nada ni a nadie. Ni una sola promesa si salía de aquella
Pero con aquella piedra ocurrió algo. Desde que aquella mujer se la regaló no se la volvió a quitar
Le parecía tan hermosa y ella que nunca se había agarrado a ningún santo, se agarró a aquella piedra como un náufrago a una tabla podrida en medio del mar
La tranquilizaba acariciarla y sentirla contra su piel
A los cinco días las analíticas indicaban una remisión, pequeña pero esperanzadora
A los quince días, los resultados mostraban otra leve mejoría
Cuando su doctora, con toda la cautela posible, le informó, ella pensó en aquella amatista y la agarró fuerte, tan fuerte como ahora estaba haciendo
Habían pasado cinco años
Faltando un mes para darle el alta definitiva, un nuevo mazazo vino a trastocar su realidad
La suerte está de nuevo echada pero ocurra lo que ocurra, seguirá acariciando y agarrando fuertemente esa piedra, su amuleto
Si ocurrió una vez, puede ocurrir otra
PD Relato inspirado por Elisabet Escudé
INGREDIENTES
150 g de mantequilla
220 g de galletas tipo maría
600 g de queso blanco para untar tipo Philadelphia
200 ml de nata (crema de leche) para montar
200 g de azúcar
3 huevos
3 cucharadas de maicena
1 cucharadas de ralladura de limón
1 cucharada de esencia de vainilla
Media cucharadita de sal
Ralladura de limón
Para la crema de limón
200 g de azúcar glas
100 g de mantequilla
4 cucharadas de zumo de limón
ELABORACIÓN
Fundir la mantequilla
Triturar las galletas
Rallar el limón
Exprimir el limón
Montar la nata (crema de leche)
En un bol grande, poner las galletas trituradas y la mantequilla fundida
Con una espátula o tenedor mezclar bien
Poner papel horno que suba por las paredes 3-4 dedos
Colocar la mezcla anterior y con una cuchara colocar bien y apretar
Menú Horno 12
En un bol grande poner el queso
Añadir los huevos y el azúcar
Mezclar sin batir en exceso
Añadir la maicena, la sal, la ralladura de limón y la vainilla
Batir ligeramente
Añadir la nata montada (crema de leche) y mezclar con movimientos envolventes con una espátula
Verter la masa encima de la base de galleta horneada
Menú Horno 50
Sacar la cubeta de la olla, dejar enfriar un poco
Meter la cubeta en la nevera 12 horas
Para hacer la crema, batir la mantequilla ablandada, el azúcar glas y el zumo de limón hasta conseguir una crema suave
Con una crema pastelera hacer rosetones sobre la tarta
Espolvorear con ralladura de limón
Receta adaptada de la revista Postres Lecturas nº 23 pág.50