Mi psicólogo me había explicado una vez que seguramente de pequeña ya tuviera síntomas de mi enfermedad pero que por la edad no supe ponerle nombres, etiquetas
Siendo adolescente mi madre lo achacó a la edad del pavo
A los veinte empezó a preocuparse seriamente. Yo también
Todo me afectaba sobremanera. Se instalaba en mi una profunda tristeza difícil de explicar, sin una razón tangible
No tenía interés por nada. Cualquier actividad me resultaba sobrehumana. Mis clases, las salidas con las chicas, levantarme de la cama
Levantarme de la cama era un suplicio. Tuve que oír de todo. Vaga. Si no te gusta estudiar, déjalo. Como siempre, llegas tarde
La primera visita al médico, este hizo salir a mi madre de la consulta. Pensaría que había un problema grave en casa
Por suerte, decidí ser sincero con él y cuando apenas iba por la mitad de las cosas que me pasaban, que sentía, volvió a llamar a mi madre y le dijo, de la mejor manera que pudo: su hija tiene una depresión
¿Porqué, si lo tiene todo? Hace lo que quiere, nunca le hemos negado nada
A continuación, nos remitió a un psicólogo de confianza que, aún hoy sigue tratándome
Me conoce como si fuera mi mejor amigo, se adelanta a mis crisis como si tuviera un detector en la mirada. Siempre me hace las preguntas que necesito contestar, no siempre dice lo que quiero oír
Yo le llamo mi confesor. Él esboza una leve sonrisa, un poco triste
A veces pienso que él también debe de tener un poco de depresión. Oyendo tantísimos problemas y amarguras al cabo del día hasta yo caería si no la tuviera ya
Parece que no he perdido el sentido del humor
La mayor parte de los días me siento culpable. Y esa culpabilidad también me hace llorar
Siento que no debería hacer pasar todo esto a mi familia
Dicen que me entienden, que es una enfermedad y que no lo puedo evitar. Yo me he encargado de explicarles que la depresión que padezco es endógena, que viene en mis genes
Ellos hacen como que lo entienden porque me quieren, pero siempre veo esa cosa en sus ojos. Como suplicándome que haga algo por no estar así
Si tuviera una frase preferida sería: soy una incomprendida. Aunque lo intenten, soy una incomprendida
Pero la frase más hermosa que he oído nunca refiriéndose a mi enfermedad es que "la depresión es la tristeza del alma"
La tristeza del alma
Bellas palabras si formaran parte de una poesía
Pero esas palabras definen mi vida
Hace tiempo que dejaron de sonarme hermosas
PD Cuento inspirado y dedicado a Maeve Romero Risquez
INGREDIENTES
2 chuletones de ternera (300 g aprox. cada uno)
250 ml de agua
1 pastilla de caldo de carne
45 g de manteca de cerdo
Sal
Pimienta
Para la salsa de queso
1 huevo
100 g de queso rallado semi curado
40 g de jamón dulce (cocido)
2 cucharadas de nata (crema de leche) líquida
Sal
Pimienta
ELABORACIÓN
Para la salsa de queso
En un bol, Batir el huevo
Añadir el queso. Mezclar
Cortar el jamón dulce en trocitos
Añadir al huevo
Añadir la nata (crema de leche)
Salpimentar
Reservar
En la cubeta poner la manteca
Menú Cocina
Salpimentar la carne
Cuando se derrita, dorar los chuletones por tandas
Reservar
Mientras en un cacito, hacer el caldo con el agua y la pastilla de carne
Dejar que reduzca a la mitad
Añadir a la salsa de queso
Remover
En un molde de aluminio, colocar el primer chuletón
Verter salsa de queso por encima
Colocar el molde dentro de una cubeta limpia, encima de la rejilla
Tapa Horno
Dorar al gusto
Emplatar
Repetir la misma operación con el otro chuletón
Servir espolvoreado con orégano
Receta adaptada del libro Un viaje por la cocina aragonesa pág 202