Podéis ver la receta de las galletas suecas pinchando aquí; como ya comenté anteriormente es una receta de un libro clásico que me ha enamorado totalmente, y tiene el atractivo añadido de que no lleva huevo.
La cobertura de chocolate dependerá del gusto de cada uno. Para mí, la mejor forma de contrarrestar el dulzor de la galleta es usando un chocolate amargo, con un contenido en cacao mínimo del 70% y mejor si es el 85%. Pero se puede hacer con cualquier chocolate.
Para hacer una buena cobertura de chocolate es necesario atemperarlo, para que quede brillante, crujiente y bonito. El atemperado es un proceso que consiste en derretir el chocolate hasta una temperatura determinada, luego enfriarlo de forma controlada y volver a subir la temperatura un poquito, para usarlo sólo cuando está en su punto. Hacerlo bien es todo un arte. Yo seguí los tutoriales de Chocolatísimo y de María Lunarillos y conseguí un resultado bastante decente.
Para atemperar chocolate lo más importante es disponer de un buen termómetro de cocina y tener en cuenta estas guías que nos da Chocolatísimo:
Cobertura negra: Fundido a 50º-55ºC. Enfriado a 28º-29ºC. Atemperado a 30º-31ºC.
Cobertura con leche: Fundido a 40º-45ºC. Enfriado a 27º-28ºC. Atemperado a 29º-30ºC.
Cobertura blanca: Fundido a 30º-35ºC. Enfriado a 26º-27ºC. Atemperado a 28º-29ºC.
Yo prefiero derretir el chocolate al baño María porque voy controlando más los cambios de temperatura que en el microondas, pero es posible hacerlo de ambas formas. Podéis acceder al tutorial de María Lunarillos pinchando aquí, o aquí para el de Chocolatísimo.
Por último, podemos añadir cualquier fruto seco. En este caso empleé pistachos tostados y salados, que machaqué un poquito en el mortero con cuidado de no dejarlos demasiado molidos -la galleta gana mucho al morder un trocito de pistacho-.
Con el chocolate aún caliente se espolvorean los pistachos, y luego las dejamos enfriar sobre papel de horno. Se sirven en un plato bien bonito y listas para disfrutar.