Estoy aquí robando vilmente y copiando de la de al lado, como en el cole, y me da a mí que me cae un castigo de fijo [si me pillan, claro]. Sólo espero que Isa no se chive de que le he saqueado la cocina y me he llevado su jibia en salsa con patatas para esta nueva edición de #asaltablogs y encima la he tuneado a mi aire. Porque ya no es como antes, pero me cae un castigo por copiar, eso seguro. Y otro por choriza.
Y es que ahora a los niños te los educan por la tele. Tienes un niño respondón y o te lo arregla supernanny o te lo endereza hermano mayor. En mis tiempos esto no era así, vamos ni por asomo. Te enderezaba tu padre de un guantazo, y punto. O te castigaban en tu cuarto, para trastadas menores. Eso, en casa que el cole? era otro mundo.
Cuando yo aún llevaba babi, las señoritas del colegio se sumaron a la nueva ola de castigos que surgió justo después de la moda de atizarte en las yemas de los dedos con una vara de avellano [por los pelos me libré]. Siendo España un país que aspiraba a ser civilizado, o al menos a parecerlo, las instituciones de la enseñanza dejaron atrás aquellos castigos corporales y pasaron a métodos más modernos.
Como los niños de entonces jugábamos en los columpios y colgandonos de los árboles, y ambas cosas no se podían retirar de la vía urbana para castigarnos, [la vida moderna facilita los castigos porque los mandos de la wii caben en un cajón cualquiera] buscaron métodos de castigo alternativos y eficaces.
El preferido de mi colegio, lo más de lo más, después del clásico de cara a la pared al que seguía la coletilla de para que pienses [¿?] era copiar en el encerado. Te daban una tiza, y todo el recreo por delante, y te ponían a escribir 20 o 30 veces la misma frase, que solía tener un corte censor del tipo No volveré a jugar al balón o No volveré a llamar tonto a Manolito. Y no te hacían reflexionar, porque nadie te explicaba por qué no podías hacer lo que querías.
Esta moda llegó a mi casa. Como si a base de repetir las cosas te las fueras a creer, o algo así. Que tú copiabas, pero seguías sin estar nada convencido. Mi padre, que no sabía inventarse castigos propios, una vez me hizo copiar los diez mandamientos 100 veces, en uno de esos cuadernos de cuadros que para mi alivio no tenían más páginas, acto que hizo mucho por forjar mi espíritu [y asegurarme de que no me volvieran a pillar pecando] y muy poco por afianzar mi fe.
También había algún castiguillo residual, que aplicaban algunos profesores sueltos, como el lanzamiento de borrador o de tizas de una profesora con cierta tendencia a perder los nervios, o el tirón de orejas con el que una profesora de la vieja escuela te podía levantar en vilo sujeto solo del lóbulo de una oreja. Y nunca subestimemos el cuelgue, te cogían por los pies y te suspendían boca abajo un rato para que pensaras en el mal que habías hecho.
Y todo esto, sin previo consenso. Que nadie se sentaba contigo a discutir lo que estaba bien o estaba mal, que vale que eras un enano pero seamos serios, los niños no son tontos. Algo tendrán que decir sobre el porqué de sus acciones, ¿no?
Pues nada, sin derecho a réplica. El mundo estaba dividido en dos categorías: lo que está mal para los mayores, y lo que está bien para los mayores. Y rara vez estabas tú de acuerdo con cómo clasificaban las cosas. Pero claro, como nadie te contaba nunca qué criterio usaban, pues andabas toda la infancia hecho un lío tremendo y copiando mandamientos a todo trapo.
Pero todo pasaba, y al final, volvías a casa y tus padres, como son tus padres, pues te querían, qué remedio. Y te cuidaban y alimentaban todo el tiempo que no te mantenían castigado en un rincón o copiando mandamientos. Que no es poco.
INGREDIENTES
[2 PERSONAS]
Sepia limpia, 300 g
Patatas, 300 g
Cebolla, 100 g
Ajo, 2 dientes
Vino blanco, 1/2 vaso
Fumet de pescado
Laurel, 1 hoja
Aceite, 1 cucharada [15 ml]
Sal, pimienta blanca
Piñones, un puñadito
MODUS OPERANDI
En una olla vamos calentando el aceite a fuego bajo mientras pelamos y picamos los ajos y la cebolla. Cuando lo tengamos listo, subimos un poco el fuego [sin pasarnos] y lo pochamos todo con una pizca de sal durante unos 5-10 minutos, lo que tarde la cebolla en ponerse un poco blandita.
En este tiempo podemos ir troceando la sepia como más nos guste, y la incorporamos a la olla junto con los piñones. Damos un par de vueltas y cuando la carne de la sepia haya cambiado ligeramente de color, añadimos el vino y dejamos que reduzca.
Cuando la olla no tenga apenas líquido, añadimos fumet de pescado hasta cubrir holgadamente la sepia [si no tenemos, podemos usar agua o caldo envasado, en este caso ten mucho cuidado con la sal que pongas al comienzo], el laurel y un poco de pimienta blanca, y lo dejamos cociendo a fuego bajo unos 15 minutos.
Mientras se cuece la sepia, pelamos, lavamos y chascamos las patatas en trozos medianos y las guardamos cubiertas de agua hasta que pasen los primeros 15 minutos, y las añadimos. El líquido de la olla debe cubrir las patatas justo a ras, si vemos que falta añadimos un poco más.
Subimos el fuego hasta que hierva y lo bajamos nuevamente a potencia media. Tapamos el guiso y lo dejamos cocer unos 20 minutos, hasta que las patatas estén tiernas [esto depende de la variedad de patata y del tamaño de los trozos].
Servimos en el momento, no es buena idea cocinar un guiso con patatas con mucha antelación.