Sopa de tomate con garbanzos en olla GM D

Con ocho años ya sabía lo que era intentar no decepcionar a nadie

Escondía sus sentimiento para no herir a los demás

Cuando sus padres le dijeron que tenían que hablar con él, él ya sabía lo que le iban a contar

Para que no tuviera ningún trauma muchas palabras disfrazadas y gestos contenidos

Aquel día dejaron aparcados las voces y los malos modos, para comportarse como adultos y hacer creer a su hijo de ocho años que entre ellos reinaba la sensatez, la cordialidad, que eran dos personas adultas afrontando una separación amistosa

No engañaban a nadie, menos a un niño de ocho años

La casa dejó de parecer un campo de batalla. Aunque eso no significaba que la guerra hubiera acabado, ni mucho menos

Desde aquella conversación había duplicado sus esfuerzos para no defraudar a nadie, a la vez que procuraba no ser el motivo para las discusiones que ahora ocurrían vía telefóno o bien en la puerta de la calle, cada vez que unos de sus progenitores lo llevaba a la casa del otro

Se había convertido en todo un experto en eludir preguntar. Preguntas trampas

Según lo que él contestaba, esas respuestas se convertían en balas para tirar a matar al contricante

Eso lo aprendió rápido. En las primeras semanas de aquel ir y venir de la casa de su padre a la casa de su madre, en los primeros cinco minutos, le sonreían, le daban besos, le decían cuánto lo habían echado de menos y pasaban a las preguntas. Lo intentaban hacer con suavidad, pero él se daba cuenta que lo que querían, cada uno a su manera, era saber del otro. Sonsacarle

Si le habían comprado algún juguete era que tenía más dinero del que decía. Si no se lo habían comprado era porque siempre había sido un tacaño

Si se había acostado tarde era un irresponsable. Si lo había hecho pronto, seguro que se quería deshacer de él, a saber porqué

Cada uno de sus padres tenía unos temas favoritos

Su madre, las nuevas amigas de su padre. Si lo dejaba muchas noches con una canguro. Si se gastaba mucho dinero. Cómo era el piso. Quién cocinaba. Si la abuela era quien lo cuidaba

Su padre, las nuevas amigas de su madre. Si su madre se arreglaba mucho últimamente. Si estaba buscando trabajo.

En lo que coincidían su padre y su madre eran en dos cosas fundamentales. La primera que no le dijera nada de lo que hacían al contrario y la segunda en utilizar cualquier información que salía de él para utilizarla en sus peleas

Así que había pasado de ser un niño callado y triste, a un niño callado, triste y cauteloso

Él no quería estar de ningún lado. No quería tener que decidir a quién querer más. Eran sus padres, sin más

Pero eso había cambiado, ellos, los adultos, lo habían cambiado. Habían arrastrado a su hijo de ocho años a aquella situación. Él se había adaptado

Cuando uno de los dos se diera cuenta, entonces vendría el terapeuta, el refuerzo extraescolar y los porqués

Y la respuesta era sencilla, tan sencilla como cruel

Habían echado de su infancia a su hijo de ocho años. Lo habían arrojado al mundo adulto



INGREDIENTES
400 g de tomate triturado de lata
200 g de garbanzos ya cocidos
100 g de espinacas
450 ml de caldo de verduras o 450 ml de agua + 1 pastilla de caldo de verdura
1 puerro
1 calabacín
1 diente de ajo
1 hoja de laurel
2 cucharadas de aceite
Sal
Pimienta

ELABORACIÓN
Escurrir los garbanzos si son de bote

Cortar el calabacín en dados

Cortar el puerro en rodajas (solo la parte blanca)

Pelar y chafar el ajo

Cortar las espinacas en tiras

Poner el aceite en la cubeta
Menú Cocina
Cuando esté el aceite caliente, añadir el calabacín, el puerro y el ajo
Rehogar unos 5 removiendo

Añadir el tomate, el caldo, la hoja de laurel y los garbanzos
Remover

Menú Cocina 5
Despresurizar manualmente

Retirar la hoja de laurel

Añadir las espinacas
Cocer 2

Salpimentar

Receta adaptada de El monstruo de las recetas

Fuente: este post proviene de lafarsaysus finas hierbas.blogspot.com, donde puedes consultar el contenido original.
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