Con la llegada de la Semana Santa, las calles se visten de solemnidad al paso de las procesiones, al mismo tiempo que en los fogones se cocina todo un repertorio de platos típicos que tratan, en cierto modo, de recordarnos de donde venimos. Los más golosos tienen una cita irrenunciable con las torrijas.
En la actualidad son muchos los restaurantes que han logrado refinar este postre, sin que ello haya supuesto un agravio a su esencia. Eso sí, ningunas como las torrijas caseras de la abuela que hoy vamos a preparar.
El origen de esta receta es discutido, aunque se sabe que proviene de algún lugar de Europa, e incluso puede que sea una tradición romana rescatada por británicos, franceses o españoles.
El primer acercamiento del que tenemos constancia se produce en la Edad Media, siendo un plato que formaba parte de la dieta de las parturientas, ya que proporcionaba un aporte considerable de energía.
Empezó a popularizarse también en época de Cuaresma, como método para poder sobrellevar la penitencia. La asociación directa que tienen con la Semana Santa, sí es genuinamente española, y esa costumbre se diseminó por Latinoamérica, Portugal y Francia.
En la bibliografía gastronómica, aparecen algunas recetas en el ya famoso y mencionado en otras ocasiones libro de De re coquinaria, en el siglo s. IV-V, atribuido a Marco Gavio Apicio. Posteriormente, se van sucediendo diferentes interpretaciones, algunas que sustituyen la leche por el vino.
Fue a partir del siglo XIX cuando se instauró la fórmula actual que hoy conocemos todos: un pan blando remojado en leche aromatizada, rebozado, frito y espolvoreado con canela y azúcar.
Cómo hacer torrijas tradicionales de la abuela
Es una receta sencilla, de las que podríamos denominar de aprovechamiento, y que siempre consigue alegrar el paladar de nuestros comensales.
Los secretos de una buena torrija podrían resumirse en un buen pan, una buena leche y la proporción justa de azúcar.
España celebra anualmente varios certámenes que tratan de encontrar la mejor torrija del país, lo que nos ha hecho aprender durante estos últimos años de la mano de cocineros y reposteros muy experimentados.
De igual modo, al tratarse de un postre muy contundente, se han encontrado técnicas más respetuosas con el balance nutricional, permitiendo a todo el mundo disfrutar de este clásico postre.
Hay quienes, en vez de freírlas, han desarrollado versiones al horno con la función grill o, incluso, a la plancha o en freidora de aire, con resultados bastante decentes, pero como es habitual en el blog, voy a enseñaros cómo se hacen las torrijas de leche tradicionales .
Ingredientes:
Rebanada de pan de hogaza o bregado 4 unidades
Leche entera 500 ml.
Huevos ecológicos 2 unidades
Azúcar blanquilla 75 g.
Rama de canela 1 unidad
Limón corteza
Azúcar blanquilla para espolvorear
Aceite de oliva virgen extra suave
Elaboración:
La panadería tradicional española cuenta en su haber con obras cumbre, como el pan candeal, mencionado también como sobado o bregado, elaborado con harina de trigo candela. Tiene una miga densa y prieta, con poco alveolo y una hidratación baja, por lo que no se mostrará quebradizo al empaparlo en la leche, siendo la mejor opción para elaborar unas estupendas torrijas.
No es necesario que, como en otros panes, lo reservemos un par de días para que se ponga duro y correoso, sino que podremos trabajar con el incluso aun cuando ha sido cocido en el mismo día. Cortaremos cuatro rebanadas de aproximadamente 2 cm, empleando para ello un cuchillo de sierra. Tampoco es inusual encontrar recetas más modernas con panes de molde, como el brioche.
A diferencia de las recetas más convencionales, o yo diría, simples, endulzaremos previamente la leche, ya que esta permeará en el pan e impregnará toda la miga con un suave, fino y delicado toque dulce. Para ello, colocaremos el medio litro de leche entera en un cazo pequeño, y añadiremos la corteza de limón sin el albedo, la rama de canela y los 75 g. de azúcar blanquilla.
Pondremos el fuego al mínimo, y cuando rompa a hervir, sin perderlo de vista, puesto que la leche tiende a subir y rebosar por los bordes, la retiraremos y dejaremos infusionar con un papel film cubriendo la boca del recipiente. Observaremos que se hincha, lo que es sin duda una buena señal, que nos indica que todos los ingredientes dejarán su perfume en la grasa de la leche.
Colocaremos una parisién con abundante aceite de oliva virgen extra suave, y lo calentaremos a fuego medio hasta que alcance los 180º. Si no tenemos una parisién, una sartén un poco honda nos servirá también, aunque ya he mencionado en muchas recetas que este tipo de sartén es muy útil. Entretanto, prepararemos dos boles y un plato: en un bol verteremos la leche tibia infusionada, en otro los dos huevos batidos y en el plato colocaremos un trozo de papel de cocina para ir apartando las torrijas una vez estén fritas.
Pasaremos primero el pan por la leche, sin dejarlo dentro, simplemente remojándolo por ambas caras rápidamente, o de otro modo correríamos el riesgo de que se deshiciera. Seguidamente, las pasaremos por el huevo, y escurriremos bien, eliminando el sobrante. Acto seguido, y en tandas de a dos, introduciremos las torrijas en el aceite. Freiremos bien por ambas caras.
Deben tornar en un color ligeramente dorado, que en ningún caso debe llegar a ser muy tostado. Las sacaremos con una araña o espumadera al plato que teníamos preparado con el papel absorbente. Como pauta general, lo idóneo, si queremos darles un poco más de alegría con azúcar y canela en polvo, es esperar a que se enfríen, para evitar que el azúcar se convierta en almíbar.
Incluso, si queremos degustarlas con un poco de azúcar espolvoreado, lo ideal es que este impregne en el mismo momento en el que se va a consumir la torrija. Os propongo como sugerencia de presentación, aunque esto rompa un poco con la versión más conservadora, acompañarla con algún helado de frutos secos y/o algún elemento ácido, como las grosellas.
¡Qué aproveche!
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