Hay cosas que se quedan grabadas a fuego en nuestra memoria para siempre y nos asaltan en el momento menos pensado llevándonos en un soplo a épocas que se nos antojan maravillosas.
Hoy 23 de abril se celebra el día del libro y me vais a permitir que os cuente una historia.
Aprendí a leer con cinco años. Igual esto no es exacto del todo. Mi primer recuerdo como lectora es con cinco años, o al menos en la clase de Párvulos B (los que hayáis ido a EGB sabéis de lo que hablo, para los que sean más jóvenes es el equivalente al último curso de Educación Infantil actual) donde la seño Mari Villegas (ya os he dicho que hay recuerdos grabados a fuego) nos leía pequeñas historias que había al pie de grandes dibujos del libro con el que trabajábamos en clase y yo iba leyendo, mentalmente, a su par.
La seño completaba la lectura con partes de su invención y supongo que fue ahí donde también comencé a desconfiar de que quienes están al mando siempre nos dijeran la verdad, pero ese es tema para otra ocasión.
Pero si hay un libro que marcó mi vida como lectora es sin lugar a dudas el libro de lectura de 1º de EGB. Jamás olvidaré ese libro con las pastas amarillas plagadas de osos de peluche con un peto rojo y un bote de cristal entre las patas. Era de la editorial Anaya y si alguno lo tuvo lo recordará perfectamente y quien sienta curiosidad puede verlo aquí.
Este libro estaba protagonizado por un niño de siete años llamado Borja y su oso de peluche, que se llamaba Pancete. Entre sus páginas conocimos a su familia, a su abuela María, a su hermana Marina (que quería ser bailarina), a Baldomero el pipero (cuando en los recreos se vendían chuches y no pasaba nada), a sus amigos Luis, Manuel y Elena, a la señorita Alicia... y al bizcocho de nata (crema de leche).
Conste que todo esto lo escribo tirando de memoria, sin abrir siquiera el libro que cuando nació Lara lo rescaté de casa de mis padres y me lo llevé a mi casa para leerlo con ella.
El bizcocho de nata (crema de leche) me ha perseguido desde mi más tierna infancia. Este bizcocho era el preferido de Borja. Igual lo tomaba para desayunar que para merendar y a mí me parecía de lo más sofisticado en lo que a dulces se refería.
Las ilustraciones nos mostraban un bizcocho alargado (como el que os traigo) en cuyo interior había un relleno blanco (presuntamente de nata (crema de leche)) que a mí me parecía que debía saber a gloria.
Mi madre nunca ha sido muy aficionada a la repostería, la que tenía más mano para ello siempre fue mi abuela Magdalena de la que os he hablado en muchas ocasiones, pero ella era la reina de la repostería frita y en su casa nunca hubo horno.
Así que yo que siempre he sido de buen diente dejaba volar mi imaginación de criatura de seis años y el bizcocho de nata (crema de leche) tenía textura de nube y se derretía en la boca. Ni pensar siquiera en sugerirle a mi madre que hiciera bizcocho de nata (crema de leche). Podía imaginar su expresión si le decía algo.
Entonces las recetas eran casi cual tesoros y alguna vez nos hizo bizcocho de limón, en un molde redondo de aluminio que hasta la reforma estuvo dando vueltas en la despensa, pero siempre decía que la que tenía buena memoria para las recetas de dulces era su prima Mercedes, que entonces vivía en Barcelona, y no se complicaba más. Yo creo que no tenía ganas de meterse en jaleos, y si además la repostería no le llamaba ya lo teníamos todo hecho.
Siempre que alguien hablaba de bizcochos yo me acordaba de este y cuando comencé a hacer mis primeros pinitos en el mundo de la repostería me topé con una receta de una emergente repostera que ya por aquel entonces tenía muchos seguidores (era el boom de los blogs de repostería aunque aún faltaban unos años para que yo abriera el mío) y supe que tenía que hacerla.
Si mi mente infantil había idealizado el bizcocho de nata (crema de leche) no quiero contaros lo que ocurrió cuando leí la entrada que acompañaba a la receta. No es que confirmase esa idea que se había ido forjando en mi mente es que superaba mis expectativas.
Ya sólo quedaba ponerse manos a la masa ¡por fin iba a llegar el momento de probar ese maravilloso bizcocho de nata (crema de leche) que me había estado rondando en la mente tantos años!
La caída fue de las grandes. De esas que te cambian la vida para siempre.
Menuda porquería de receta. No tiene otra definición.
Le he dado muchas vueltas al tema durante muchísimo tiempo. Repasé los ingredientes, por si me había equivocado al anotarlos o al ponerlos, repasé el paso a paso (que yo seguí fielmente al pie de la letra), los tiempos de horneado, el tamaño del molde, el desmoldado, el enfriado en la rejilla... Creo que pocas veces he seguido una receta tan fielmente y posiblemente sea uno de los peores resultados que he tenido jamás.
Un bizcocho seco, ahogadizo, sin gracia de ningún tipo...
Menudo fiasco el bizcocho de nata (crema de leche). No podía entender los desvelos de aquel chiquillo cuando a mí me salió semejante birria.
Pero el tiempo todo lo cura y acaba poniendo la mayoría de las cosas en su lugar. Así que hace unas semanas me vi en casa con un brick de nata (crema de leche) abierto, del que había gastado muy poca para otra receta, y no sabía muy bien qué hacer con él.
Volví a acordarme del bizcocho de nata (crema de leche) y me puse a buscar recetas. Las había de todo tipo, para todos los gustos, con distintas cantidades de nata (crema de leche)... hasta que di con varia que usaban precisamente la cantidad que a mí me quedaba en el frigorífico y con la que no sabía muy bien qué hacer.
Tuve una corazonada y me dije que la receta se merecía una segunda oportunidad.
También tuve mis dudas. ¿Un bizcocho sin aceite o margarina? Bien es cierto que la nata (crema de leche) tiene grasa, pero dudaba. No era para menos con la experiencia previa.
Sin embargo el resultado no pudo ser mejor. Ya la masa en crudo me enamoró (es como una crema) y el olorcito que desprendía el horno hacía vaticinar que allí se estaba cociendo algo bueno.
La apariencia no era mala, pero la prueba de fuego era el corte y la cata. Creo que a la vista está que es una maravilla, con ese interior tan blanquito y esa miga que os aseguro es tremendamente suave, tierna, que prácticamente se deshace en la boca...
Esta vez sí que había dado con la receta adecuada y me pude congraciar con Borja y su pasión por el bizcocho de nata (crema de leche) que tanto me hizo soñar y me acabó llevando muchísimos años después a esta receta que hoy comparto con vosotros.
A ver, un bizcocho ligero no es ya que lleva bastante nata (crema de leche) pero os aseguro que merece la pena prepararlo aunque sólo sea una vez en la vida. Que ya os digo yo que si lo hacéis ¡repetís! porque está buenísimo, porque no tiene dificultad alguna y porque es quizá el bizcocho que mejor ha aguantado de todos los que he hecho.
¡Diez días en perfectísimo estado!
¿Y cómo duró tanto si está tan rico? Porque básicamente me lo comí yo sóla para desayunar, quitando algún trozo que se comió Lara y un par o tres mi señor esposo.
Lo habitual hubiera sido que mi costillo lo hubiera devorado pero al poco de hornearlo se vino pertrechado de palmeras de chocolate y donuts industriales, de esos que se ponen duros como piedras en pocos días y lo "castigué" sin probar el bizcocho hasta que acabase con semejante arsenal del que yo no tenía intención de probar nada porque me suelen sentar mal.
Fue toda una sorpresa que durase tan bien envuelto tan sólo en film transparente y guardado en los armarios de la cocina.
Cuando lo horneé me propuse traer al blog una vez al mes una receta de las tradicionales, de esas que hemos visto toda la vida en nuestras casas y que merece ser rescatada y compartida para que no se pierda. Recetas que no tienen misterio alguno y no lucen sofisticadas y majestuosas pero que si te animas con ellas te enamoran para siempre y pasan a ser un básico en tu cocina.
El COVID-19 lo ha frenado todo, pero esta idea no se me va de la cabeza.
He comenzado con este bizcocho que me hizo soñar, glotona de mí, desde las páginas de un libro infantil, para rendir mi pequeño homenaje a los libros en su gran día. Siempre he esperado el 23 de abril con muchas ganas pero este año no hay ferias, puestos ni libros por descubrir al aire libre, pero eso no impide que contemos nuestras propias historias como he hecho yo.
Espero haberos entretenido durante un rato y si además os animáis con la receta de hoy ¡no podré pedir más!
Terminamos nuestro rato juntos con un café y un buen trozo ¿alguien se anima a este desayuno de libro?
Ingredientes:
* 4 huevos
* 130 gramos de azúcar
* 400 gramos de nata (crema de leche) (35% de materia grasa)
* 1 cucharita de vainilla
* 350 gramos de harina
* 1 sobre de levadura
* Azúcar aromatizada con vainilla y ron
Elaboración:
1. Batimos los huevos junto con el azúcar hasta que estén esponjosos.
2. Añadimos la nata (crema de leche) y la vainilla y volvemos a batir.
3. Incorporamos la levadura y la harina y mezclamos hasta integrar.
4. Forramos un molde con papel de hornear y vertemos la masa. Alisamos la superficie con una espátula y espolvoreamos con azúcar aromatizada.
5. Introducimos en el horno precalentado a 180 grados y horneamos durante 50-55 minutos o hasta que al pinchar con una brocheta de madera en el centro esta salga limpia.
6. Apagamos el horno y dejamos dentro con la puerta abierta. Pasados 15-20 minutos desmoldamos y dejamos enfriar por completo sobre una rejilla
Una vez frío lo envolvemos en film transparente y lo guardamos a temperatura ambiente.
También podemos cortarlo en rebanadas y congelarlo en porciones individuales aunque como os he comentado se conserva perfectamente durante muchos días. Cosa diferente es que no queráis desayunar lo mismo durante muchos días consecutivos.
El molde que yo he usado es uno de Pyrex de unos 30 centímetros de largo. Da para un buen bizcocho, así que siempre podéis hacer la mitad de ingredientes y hornear un bizcocho más pequeño si queréis limitar el consumo de dulce durante el confinamiento.
No tengo mucho que contar, mi vida es muy aburrida entre obligaciones laborales y domésticas.
Espero que todos sigáis bien y que poco a poco retomemos una nueva rutina, porque lo que está claro es que después de esto nuestras vidas no van a volver a ser iguales.
Nos leemos la semana próxima. ¡Cuidaos mucho!
Manos a la masa y ¡bon appétit!