La costura es el arte de unir lo invisible y hacerlo visible.
Rompí aquella herencia de la costura, aquel hilo que se tejía de madres a hijas en mi familia materna, generación tras generación según me contaban mi madre y mi abuela.
Puntada tras puntada, día tras día, sentadas en sillas de anea, agujas que pasaban ellas dos de mano en mano, cosiendo pantalones, chaquetas y toda prenda que les eran encargadas. Ella mi abuela era “pantalonera” en una época que no usaban patrones previos, con la experiencia, el metro y la tela en las manos hacían milagros junto con su máquina de coser Singer.
Aquella torre negra que pedaleando subía y bajaba sonando como a truenos.
Las agujas, pequeñas, grandes a las que mi abuela llamaba “trancas” eran testigos silenciosos de historias, de sacrificios, de duro y arduo trabajo, de lágrimas y alegrías, que no sólo unían telas, sino también corazones y tradiciones. Eran costureras y así, cosiendo, pasaron la vida.
Ella, mi madre no quiso que yo siguiera sus pasos más allá de coser un botón, un dobladillo o un roto. ¡ Bastante he cosido yo ! tú te comprarás los trajes y los vestidos hechos solía decirme desde que tengo uso de razón.
Aún guardo en mi memoria, aquellos días de mi niñez en los que sentada a su lado, les ayudaba a quitar las blancas hebras de hilo de los hilvanes que ribeteaban las costuras de las blancas e impolutas chaquetas de los camareros del mítico restaurante (antes merendero paleño) Casa Pedro.
Crecí entre costuras, hilos y botones, entre el trajín de las telas, los recortes, con el ruido de la máquina de coser que era música para mis oídos, al compás del chup chup de las ollas y cazuelas cuyos aromas hoy me acompañan.
Hoy mientras cocino uno de aquellos platos marengos que ellas bordaban, miro atrás una vez más y compruebo que los puntos se unen como un dobladillo y aquello que en determinados momentos de la vida no me parecía relevante, resulta ser un gran pilar con el paso del tiempo.
No aprendí a hacer una prenda, un vestido, una chaqueta o un pantalón como ellas, sí a cocinar lo que ellas cocinaban.
Un ejemplo las cazuelas, entre ellas las que preparaban cuando un pulpo o una jibia llegaba a la cocina y hacían con las llamadas “habichuelas blancas”, las judías blancas también llamadas alubias.
Yo he usado “judiones” y con jibia (sepia, choco, chopo..) he preparado una deliciosa CAZUELA DE JUDIONES CON JIBIA que me alimenta el alma, el espíritu, recordando una vez más los aromas y sabores de la cocina de mis mayores.
¿CÓMO LA HICE?
INGREDIENTES PARA CUATRO PERSONAS:
250 grms. de judión (fabes), medio kilo de jibia (sepia), media cabeza de ajos, un tomate maduro, un pimiento verde italiano, una cebolla pequeña blanca dulce, dos hojas de laurel, una cucharada mediana de pimentón dulce (pimiento molido), unas hebras de azafrán (en su defecto colorante alimentario), seis granos de pimienta negra, sal, aceite de oliva virgen extra y un litro y medio de agua mineral.
LOS PASOS A SEGUIR:
Echar los judiones en remojo en abundante agua con sal, al menos 24 horas antes de hacer la cazuela, cambiando el agua de vez en cuando.
En el momento de comenzar a hacer el guiso limpiar el pulpo (éste detalle lo puede hacer el pescadero) y cortar en trozos pequeños, como de un bocado.
Mientras en una cacerola echar el agua mineral, añadir las judías poner a fuego fuerte, cuando rompa a hervir, ir retirando impurezas de la superficie. Cuando está limpio el caldo, echar el laurel y los granos de pimienta y echar agua fría para “asustar” a las fabes.
Cuando vuelven a hervir, salar al gusto, bajar el fuego y a partir de ahí, dejar cocer a fuego lento.
Poner la cabeza de ajos directamente en el fuego dándole la vuelta de vez en cuando a fin de que se pueda asar uniformemente. Retirar del fuego, pelar retirando la piel (no pelándolos totalmente) y añadir a la cacerola.
Rallar el tomate, cortar el pimiento y la cebolla en trozos pequeños. Poner en una sartén un buen chorreón e aceite de oliva virgen extra y pochar a fuego medio la cebolla junto con el pimiento, pasados unos minutos agregar el tomate hasta conseguir que el refrito esté en su punto.
Echar el pimiento molido, las hebras de azafrán y remover bien a fin de que se integren todos los ingredientes. Pasar por la batidora hasta conseguir una crema lo más fina posible. (Antiguamente no se pasaba, se añadía el refrito con los trozos de verduras).
Añadir el refrito pasándolo por un colador a la cacerola junto con los trozos de jibia y dejar cocer hasta comprobar que las judías están tiernas.
Apartar del fuego y dejar reposar.
Nota.- Ésta cazuela se hacía con habichuelas blancas, judías blancas secas. Igualmente se hacían también con pulpo o calamar.
¡ Buen provecho !