Mi madre vivía y respiraba por nosotros
Tierna, amorosa, cariñosa
La mejor madre que podíamos tener
Nos hacía reír, nos secaba las lágrimas y nos consolaba de cualquier agravio que pudiéramos padecer en manos de un hermano mayor o de cualquier otro niño
Nos regalaba primorosos cuentos que nos leía antes de ir a dormir, acurrucados a su alrededor
Preciosos juguetes de madera descansaban en las estanterías de nuestros cuartos, suaves peluches dormían con nosotros según la preferencia de ese día
Nos enseñó a cuidar de nuestras cosas con mimo
Ella nos decía que si algo se rompía ya no volvería a nuestras vidas
Ni el momento en que llegó a casa ese juguete o ese cuento, ni la ilusión con que ella nos lo había puesto en nuestras manos
Por eso, cuando ella nos miraba fijamente a los ojos y tan solo con su mirada esperaba una explicación, ¡vaya que si se la dabas!
Un juguete roto en una ardua batalla por su posesión o roto contra la pared en un momento de rabieta, un cuento manchado con pintura por no estar en el sitio en el que debía estar, era para ella una tristeza infinita
No podía entender que lo que debía ser un tesoro para nosotros se convirtiera en algo sin importancia
Y cuando ella pedía una explicación, ya podías tener una buena excusa, porque era tan profunda y desolada su mirada que además del arrepentimiento te parecía que la habías decepcionado
Nunca más volvería a sonreírte ni a darte besos y eso no podía ser, para ninguno de nosotros
Después de darte una pequeña reprimenda y decirte que debías reflexionar sobre lo que habías hecho, te dedicaba la sonrisa más bonita del mundo
Esa "mirada de pedir explicaciones" nos acompañó siempre
Le servía para descubrir cualquier cosa que ella creyera que debía saber de sus hijos
Entre nosotros teníamos la teoría de que había un topo, un chivato
Daba igual, ella acababa enterándose de todo
Y no nos dábamos cuenta que éramos nuestros propios delatores
Porque ella nos leía la mente, era una bruja...
La teoría de cómo lo hacía iba cambiando según fuimos creciendo
Los vecinos se lo contaban, tenía espías en el colegio, pagaba a alguien para que nos siguiera...
Ella no necesitaba palabras
Aún hoy, con treinta años, casado y con un hijo de tres años, sigo confesando cosas a mi madre como si tuviera cinco años
Si quiero que algo no sepa mi madre, llamo a mis hermanos y me aseguro que no han hablando con ella
Pero nunca nos libramos
Una visita a mi madre, ¿un café, hijo? ¡ven siéntate aquí conmigo! ¿va todo bien, hijo?
¡Mierda, ya lo sabe!
¡Claro que va todo bien! ¿Porqué tendría que ir mal, mama?
¡No lo sé, hijo, tú sabrás!
¡Ya he caído en su trampa!
A veces, pienso que mi mujer se lo cuenta todo de nosotros y desde que nació mi hijo tengo la firme convicción que es él el que tiene profundas conversaciones con su abuela y que, como yo cuando era niño, no puede resistirse a su mirada escrutadora y se lo cuenta todo
Sus cosas...y las mías
PD Cuentos inspirado por Ana Belén Abellán
INGREDIENTES
500 g de cordero de la parte del cuello
4 patatas
4 alcachofas (natural o de bote)
1 cebolla pequeña
1 rebanada de pan
4 ajos
10 almendras
1 chorrito de vinagre
1 ñora
Sal
Pimienta
Aceite
Agua
ELABORACIÓN
Cortar la cebolla pequeña
Pelar y cascar las patatas
En la cubeta poner un poco de aceite
Menú Cocina
Freír los ajos pelados y enteros
Freír la rebanada de pan
Reservar los ajos y el pan
Dorar las almendras
Retirar y reservar
En el mismo aceite, dorar la carne
Mientras, picar los ajos, el pan y las almendras
Una vez bien picado todo, añadir el chorrito de vinagre
Cuando la carne esté dorada, añadir la cebolla
Dorar
Añadir las patatas, las alcachofas y la carne de la ñora
Remover
Añadir la picada
Remover
Cubrir de agua
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Menú Guiso 13 minutos, tapa y válvula cerrada
Receta adaptada de Ben Remenat