Trabajaba en una multinacional, de secretaria, para un jefe que casi nunca estaba en su despacho, ni siquiera en el edificio. Para ella era una gran ventaja
Era eficaz, resolutiva y muy profesional, pero no trabajaba muy bien teniendo a alguien encima todo el día, fiscalizándola o controlándola
Hacía cinco años que trabajaba para el jefe de aquella empresa y por lo que contaban de los otros directivos y mandos intermedios, que había muchos, podía dar gracias por su situación
Su timidez, no le ayudaba mucho a relacionarse con el resto de compañeros y si a eso se le añadía el enjambre de otros empleados que iban y venían y con los que apenas se cruzaba, su vida laboral se limitaba a trabajar y nada más
Cuando otros se cruzaban en las máquinas de café, ella estaba trabajando. Cuando otros compartían táper en el comedor, ella estaba trabajando. Y cuando se cruzaba con alguien en el lavabo, no era garantía de volverlo a ver. Los despidos y reestructuraciones en aquella empresa estaban a la orden del día. Y ser la secretaria del gran jefe ausente, la absorbía por completo. Solo tenía contacto con los que le traían algún paquete o documento desde otros departamentos
Por lo tanto, era normal que en el camino de vuelta a casa, solo pensara en el trabajo
Aquella tarde era diferente
No podía quitarse de la cabeza lo que le había ocurrido, porque si en su vida real no le solían pasar cosas a tener en cuenta, en su trabajo menos
Siempre se llevaba un termo de café al trabajo. No podía perder ni tiempo yendo a las máquinas ni tiempo en el lavabo por culpa del café de las máquinas
Y aquella mañana, cuando se disponía a verter el café en el termo, se le resbaló y se estrelló contra el suelo
Por este contratiempo, por tercera vez en los cinco años que llevaba en aquella empresa, no tuvo más remedio que acercarse a por un horrendo café
Necesitaba demasiado el café como para renunciar a él. Ni la timidez ni la pérdida de tiempo podían evitarlo
Así que una vez sacado su café y cuando se disponía a girarse para volver a su despacho, chocó con alguien. El desastre, el previsible: café derramado en el suelo, salpicaduras en su blusa y en la camisa de aquel hombre alto y delgado como un fideo, rojo como un tomate los dos, balbuceantes los dos
Mil disculpas con palabras sin terminar. Las de él por encima de las de ella, las de ella por encima de las de él
Nada más. Eso había sido todo
Aquella tarde, volviendo a casa en metro, se olvidó de repasar su jornada laboral
Solo recordaba aquella escena. El café por los aires y el apuro de aquel hombre
Sentada en aquel vagón, no pudo reprimir una carcajada, sonrojándose
No se lo podía creer, había encontrado a alguien aún más tímido que ella
Hoy no compraría un termo nuevo
PD Relato inspirado por Sílvia Yébenes
INGREDIENTES
1 lámina de hojaldre
150 g de mermelada de higos
100 g de queso de cabra en rulo
1 huevo
2 cucharadas de almendra molida
Azúcar glas
2 cucharadas de harina
ELABORACIÓN
Extender harina en el mármol y en el rodillo
Estirar el hojaldre fino
Cortar 8 porciones de hojaldre cuadradas
Cortar el queso en rodajas
Distribuir almendra molida en el centro de 4 de las porciones de hojaldre
Colocar una rodaja de queso de cabra encima de la almendra
Poner por encima del queso mermelada
Batir el huevo
Pintar los bordes del hojaldre
Hacer unos cortes como de enrejado en las 4 porciones de hojaldre restantes, sin llevar a los bordes
Colocar sobre las porciones anteriores
Presionar los bordes para sellarlos
Pintar la superficie con huevo
Poner por en tandas de 2 en la Cecofry
Cocinar 8 o hasta dorar al gusto
Espolvorear con azúcar glas
Receta adaptada de la revista Postres Lecturas nº 23 pág. 155