Los beneficios de la calabaza para nuestro organismo son amplísimos. Emparentada íntimamente con el melón, el calabacín y el pepino, encuentra sus orígenes en el continente americano, por lo que en Europa no se empezó a consumir hasta bien entrado el siglo XV.
A cambio de muy pocas calorías, esta hortaliza nos aporta una ingente cantidad de vitaminas, como la B2, B6 y B12, además de minerales esenciales, calcio, hierro, sodio, magnesio y zinc.
Por tanto, se revela como un alimento increíble a muchos niveles, reforzando nuestras defensas, actuando como antioxidante o cuidando nuestro sistema cardiovascular.
Históricamente, ha servido a infinidad de elaboraciones, entre las que se encuentran las sopas, cremas, flanes, pasteles, bizcochos y un largo etcétera. De hecho, si os gusta la calabaza, no os podéis perder este delicioso bizcocho de calabaza de la abuela.
Popularmente, la crema de calabaza, se sirve en países como Estados Unidos el día de Acción de Gracias, siendo un plato también bastante consumido en Australia. Curiosamente, llegó a ser un plato muy frecuente en los campos de trabajo del Vietnam, donde servía de sustento a los prisioneros de guerra.
Cómo hacer una deliciosa crema de calabaza de la abuela
Existen infinidad de variedades, con diferentes tamaños y colores, con aromas y sabores particularmente genuinos.
La temporada empieza en septiembre, alargándose hasta finales de otoño, aunque no es menos cierto que, debido a todos los tipos que existen, es posible comprar calabazas durante todo el año.
En España, la calabaza violín o dulce de horno, suelen ser las más habituales. Para esta receta de la abuelautilizaremos una calabaza butternut o violín, de piel fina y forma de pera.
La textura es cremosa, y tiene un sabor dulce que recuerda vagamente a la nuez, lo que conferirá a nuestro plato un sabor increíble.
Ingredientes:
Calabaza violín 1 kg.
AOVE 2 cucharadas
Ajos dientes 2 unidades
Romero 1 ramita
Sal
Pimienta negra recién molida
Caldo de pollo o vegetal 1 l.
Pan de hogaza 4 rebanadas
Queso azul 120 g.
Elaboración:
Precalentamos el horno a 220 °C. Lo primero será pelar la calabaza. Dispondremos la misma cortada en dados en una fuente refractaria, incluso en dos si fuera preciso, ya que debemos extenderla en una sola capa, con el objetivo de que se dore de forma uniforme. Agregaremos las dos cucharadas de AOVE, la sal, la pimienta negra, el romeo y los dos ajos sin pelar y enteros.
Removeremos bien, ayudándonos con las manos, hasta que todos los ingredientes queden perfectamente untados con el aceite. Introduciremos la fuente en el horno sobre la rejilla, y contaremos 25 minutos, o el tiempo suficiente para que la calabaza empiece a caramelizar por los bordes.
Entretanto, iremos preparando un caldo. En este caso, optaremos por un caldo vegetal. He obviado precisar los ingredientes de este caldo en la sección de los ingredientes, porque la idea es que se haga con las hortalizas que tengamos por casa. Cogeremos una cebolla, un puerro, dos zanahorias y un tomate.
Cortaremos las hortalizas en mirepoix, y en una cazuela con un chorrito de AOVE, las rehogaremos a fuego medio - alto. Cuanto más las rehoguemos, más color cogerá nuestro caldo. Finalmente, echaremos 1,5 l. de agua mineral, y a continuación alguna hierba aromática, como el laurel. Sazonaremos al gusto, teniendo en cuenta que ya hemos agregado sal a nuestra calabaza anteriormente. Coceremos durante 20 minutos a fuego suave. Filtraremos el caldo con un colador, estameña o similar, y desecharemos las hortalizas. Reservaremos.
Sacaremos del horno la calabaza, retirando el ajo y la rama de romero. Seguidamente, pondremos la calabaza en una cacerola grande, y después añadiremos nuestro caldo. Llevaremos a ebullición durante 5 minutos, permitiendo que los sabores se integren. Con una batidora o Thermomix, batiremos hasta obtener una textura de crema, quizá más cercana a la sopa. Puede corregirse el espesor, evaporando más caldo, o una vez procesada, poniéndola a hervir unos minutos. Rectificaremos de sal.
Le toca el turno al pan, que lo freiremos o tostaremos, en función de nuestras preferencias personales. Obviamente, se consigue un plato más ligero y equilibrado si optamos por la segunda. El pan servirá como balsa para el queso azul.
Verteremos la crema en cuatro cuencos. Desmenuzaremos el queso azul sobre cuatro tostadas, y las colocaremos con sumo cuidado sobre la crema, tratando de que no se hundan. Para rematar, rociaremos con un chorrito de AOVE, y serviremos inmediatamente.
Es una receta increíblemente saludable y agradecida. En cuanto a la elección del queso, queda sencillamente espectacular con un queso azul de Valdeón Picos de Europa. Puede servirse como un primero e incluirse de forma recurrente en nuestra dieta.
¡Pruébala, no te arrepentirás!
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