No permitía que nadie se saltara las normas ni toleraba faltas de, lo que cree ella, respeto
No se lo permitía a los usuarios y mucho menos a sus compañeros de trabajo
Son muchos los que, a lo largo de los años, han pedido el traslado o han solicitado no coincidir con ella en los mismos turnos
Ella lo sabía y le parecía bien. No quería trabajar con ineptos a los que hay que controlar y rectificar continuamente
Tampoco era la primera vez que su superior le ha reconvenido su actitud. Incluso la retiraron del mostrador de infantil porque no eran pocos niños los que se marchaban llorando junto con sus madres indignadas
Sus argumentos eran férreos, si no sabían comportarse y no estaban educados, mejor que se largaran y volvieran cuando dejaran de estar asalvajados. En su biblioteca no iba a consentir desorden ni gritos. Ni una mosca
Aquella mujer dulce y tímida hasta el extremo, había desaparecido
Tanta soledad le había agriado el carácter. La amargura le fruncía los labios en una mueca
Miraba a todo el mundo con desprecio y con esa mirada, el mundo se sentía juzgado
Quizá, todo empezara aquella tarde de muchos años atrás, con ella agarrando fuertemente un libro contra su pecho y poniéndose delante del escritor al que idolatraba
Él, ni la miró a la cara
Ella intentó excusarlo. Se repitió, una y otra vez, que había sido un malentendido. Que él estaba cansado después de tantas horas firmando sus libros
Pero algo se rompió dentro de ella
Siguió comprando sus libros. Los devoraba y los adoraba, pero despreciaba al escritor
Seguía atesorando sus entrevistas y artículos, pero ya no con devoción sino con inquina
Mantenía conversaciones imaginarias con él, pero ya no como su príncipe azul sino como un ser despreciable que no merecía el talento que tenía. La había decepcionado profundamente y tenía engañada a muchísima gente
Él seguía siendo uno de los autores más vendidos cada año y ella se consumía un poco más cada año
Aquella amargura la reconcomía y transformaba su cara de mujer madura en una anciana
La época de promoción de sus libros era la peor para ella
Las librerías, los únicos lugares de distracción para ella, se convertían en su peor pesadilla
Deseaba machacar aquella cara que aparecía en todos los expositores, que no volviera a sonreír. Arrancarle aquellos dientes tan blancos uno a uno. Que no presumiera nunca más de su peinado perfecto, dejándolo calvo para siempre. Y aquellas manos blancas y perfectas, aplastarlas para que no volvieran a engañar a nadie más con sus historias
Y así seguía, imaginando hasta despojarlo de toda apariencia humana
Solo le pedía a dios una cosa, no tener una sola oportunidad de quedarse a solas con él, porque sabía que sería capaz de hacerle todo aquello y mucho más
Pero pasaron los años y la vida te pone, no donde tú quieres, sino donde a ella le conviene
En la cárcel no le dejan acceder a la biblioteca. No puede tener libros en su celda ni conseguirlos de ninguna forma
Es una prohibición directa del psiquiatra
A ella le parece bien. Ya no necesita libros
Su cara parece otra. Se ha relajado. Sus labios ya nunca están fruncidos
La mujer dulce y tímida ha vuelto
PD 2º parte del relato que acompaña la receta de Galletas de coco en horno
*Todas mis historias son pura ficción
INGREDIENTES
400 g de alubias de bote sin escurrir
4 lonchas de panceta ahumada
Media guindilla
1 cebolla
1 diente de ajo
2 tomates maduros
400 ml de caldo de verduras o bien 400 ml de agua + pastilla de caldo de verduras
Romero
Sal
Aceite
ELABORACIÓN
Picar muy bien la cebolla y el ajo
Pelar y quitar las pepitas de los tomates. Trocear en cuadrados
Cortar la pancetas en taquitos
En la cubeta poner unas gotas de aceite
Menú Cocina
Dorar la panceta. Retirar y reservar
Añadir un poco más de aceite
Sofreír la cebolla y el ajo
Añadir la media guindilla y el romero
Cuando la cebolla transparente, retirar la guindilla
Añadir el tomate
Sofreír
Añadir las judías, la panceta y el caldo
Rectificar de sal
Remover bien
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Menú Cocina 6
Receta adaptada del coleccionable de Planeta DAgostini La cocina de mi abuela