"La alcachofa de tierno corazón se vistió de guerrero, erecta, construyó una pequeña cúpula." (Oda a la alcachofa. Pablo Neruda)
Hace años leí que al gran poeta chileno, Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura en 1971 y una de las máximas figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX, le gustaba coleccionar (como a mí por cierto) conchas marinas, mascarones de proa y botellas traídas por el mar. Por lo visto le apasionaba andar y ver los mercados buscando las mejores verduras y los mejores vinos para después sentar a sus amigos alrededor de una buena mesa. De hecho, en su poesía hay muchas referencias a la comida, como la serie “Odas elementales” dedicadas al pan, a la sal, el maíz, la cebolla, el congrio, el aceite, el tomate, el limón, las patatas fritas y la alcachofa.
La alcachofa, ésta envoltura de una flor, ésta portentosa variedad de cardo, es mucho más que un alimento, un producto de la tierra o motivo de inspiración artística; en su levemente amarga intimidad, esconde propiedades nutritivas durante la época que se cosecha, el invierno, un periodo en el que casi todos los procesos vegetativos duermen.
Oriunda del Mediterráneo, viene siendo incorporada a la dieta desde hace más de 2.500 años. De hecho, existen mitos y leyendas como la que cuenta la mitología griega, en la que cuenta que Zeus (padre de los dioses y los hombres) se enamora de Cynara (alcachofa en griego) y la convierte en una diosa del Monte del Olimpo para luego convertirla en la primera alcachofa castigandola por su deslealtad.
Aunque sus raíces se hunden en el noreste de África siendo reconocida por sus múltiples y excelentes propiedades nutricionales y medicinales.
Su nombre de una sonoridad singular, alcachofa, tiene su origen etimológico como muchas otras palabras de nuestro idioma, directamente del árabe. Concretamente de “al-kharshùf” cuya traducción vendría a ser “palo de espinas”; de hecho fue introducida en la Península Ibérica por ellos en el siglo XI
Hoy en “Mi Cocina” la ha introducido una bellísima persona, buena amiga, madre de mi yerno, ella es Reme, quien con sus propias manos ha ido recogiendo éstas “alcachofas” ecológicas de un huerto familiar situado en el propio Valle del Guadalhorce.
Y con éstas alcachofas malagueñas, no podía sino preparar una receta malagueña que se pierde en el tiempo, en la memoria de mis mayores, ALCACHOFAS EN AMARILLO
¿CÓMO LAS HICE?
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
5 alcachofas, un trozo mediano de cebolla blanca dulce, dos dientes de ajo, seis granos de pimienta negra, un vaso pequeño de vino blanco fino amontillado, una hoja de laurel, medio limón, medio vaso pequeño de aceite de oliva virgen extra, dos cucharadas soperas de harina de trigo, dos vasos medianos de agua, sal y un sobre de azafrán molido (en su defecto colorante alimentario).
LOS PASOS A SEGUIR:
Lavar bien las alcachofas bajo el grifo, quitar las hojas exteriores y cortar las puntas y la base, dejando sólo los corazones. Introducirlos en un cuenco con agua y el zumo del medio limón a fin de que no ennegrezcan.
Mientras cortar la cebolla y los dos dientes de ajo en trocitos pequeños.
Echar en una cacerola puesta a fuego medio, el aceite de oliva y pochar la cebolla y los ajos removiendo hasta que comience a dorar incorporando la hoja de laurel y los granos de pimienta.
Añadir la harina dejándola tostar unos segundos e incorporar inmediatamente el vino. Cuando comience a hervir dejar unos segundos que evapore el alcohol y echar el agua, el azafrán, salar al gusto e introducir los corazones de las alcachofas.
Dejar cocer unos veinte minutos aproximadamente, a fuego medio, hasta comprobar que las alcachofas están tiernas y ha reducido la salsa hasta conseguir la consistencia deseada.
Apartar del fuego y dejar reposar. Servir caliente.